En los inicios, el carnaval se dividía en función de la estratificación social de las clases sociales existentes en Santiago, con manifestaciones en clubes privados por parte de los sectores pudientes y en las calles de los barrios populares, particularmente en La Joya, Los Pepines y, posteriormente, Pueblo Nuevo.
Los Diablos Cojuelos son llamados, en Santiago, Lechones debido a que las caretas semejan a un cerdo, con un hocico estilizado que más bien semeja un pico de pato.
También se les llama Macarao (como en Salcedo y Bonao) aunque éste es un término más genérico para referirse a ellos; es la pronunciación vulgar de Enmascarado.
El traje de los "Lechones" es el típico de los Diablos Cojuelos: un mameluco de colores vivos, a veces entero, a veces de dos, tres y hasta cuatro colores, adornado con cascabeles, cintas, gallardetes y espejitos circulares. Pegado al traje va un capuchón que cubre la parte posterior de la cabeza. Algunos llevan rabo que puede colgar libremente por detrás o puede enrollarse en el cuerpo. Estos rabos, generalmente de color entero, contrastan con el resto del traje. Igualmente puede llevar una capa que cuelga por la espalda hasta la mitad de la pantorrilla.
Para el Carnaval, la ciudad observa una división en dos mitadas: La Joya, un barrio en la parte baja de la ciudad, más cercano al río; y Los Pepines, un barrio en la parte alta. Los trajes que llevan los miembros de estos dos sectores son idénticos excepto las caretas. Los de Los Pepines le dejaron dos cachos (cuernos) lisos y los de La Joya los llenaron de pequeños cachitos.
En años anteriores se escenificaba una batalla simulada con fuetes entre las dos facciones opuestas, el martes previo al Miércoles de Ceniza. Esta batalla se hacía siempre frente a la puerta del cementerio, y participaban miembros de los dos grupos de lechones.
Mientras recorrían la ciudad, algunos lechones llevaban fuetes con los que amenazaban a los transeuntes y a otros lechones. Lo más común, sin embargo, es que lleven vejigas de vaca infladas con los que se golpean unos a otros y a curiosos. A los niños les encanta este aspecto del ritual y siguen a los lechones a una distancia conveniente, "insultándolos" con unas rimas tradicionales.
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